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Cartas a una Madre.

  • Francelis Rojas
  • 11 may 2018
  • 3 Min. de lectura

Una mujer llena de vida, aunque no me pareciera en lo absoluto hace unos años atrás, pues una gran parte de su vida la ha vivido privada de muchas cosas. Esta mujer - como seguro muchas otras en el mundo – son de las que, podría decirse que tienen la gloria ganada en el cielo, quizás exagero quizás no, y es por la simple y llana razón de que ese acto de abnegación puede hacer la vida de otros más fácil, más llevadera, más aceptable, ¨más feliz¨.


Esta mujer es digno ejemplo de trabajo, de ímpetu, de consideración - y me atrevo a decir que hasta de aguante - . Ella no conoce la maldad aun siendo maliciosa, no conoce el egoísmo aun siendo imponente, no conoce el significado de la palabra rendirse aun cuando pueda a veces caer una y otra vez.


Una mujer muy segura de sí misma, tanto así que muy poco le afecta el qué dirán de ella y qué pensaran de ella – esto es lo que más le admiro – incluso ahora que yo soy plenamente consciente de ciertas cosas de su vida.


Una bella y sensible dama la cual herí sentimentalmente hablando en muchas ocasiones en mi adolescencia, incluso también en mi edad adulta - pues a pesar de que no le salí mala hija, es decir con vicios y otras cosas terribles – supe muy bien en cómo causarle ciertas tristezas y ciertos dolores que hasta el sol de hoy anhelo de corazón que ya no estén presentes en su interior.


No me siento culpable ni me reprocho lo sucedido en ese tiempo con ella, pero justo ahora que soy una persona consciente de mí misma, de la vida y de muchas otras cosas, es cuando le veo el sentido a todo lo que los mayores y nuestros padres siempre nos dicen: ¨cuando tengas hijos entenderás, cuando dejes de ser adolescente entenderás, cuando seas mayor entenderás¨. Pues lo que puedo decir en estos momentos es que gracias a Dios entendí antes de tener a mis hijos y antes de que verdaderamente sea tarde.


Muchas cartas fueron las que le escribí a esta madre tan especial, cartas que escribía desde lo más profundo de mi corazón y que hoy por hoy, al leerlas, me causa un sentimiento tan grande y tan bonito que solo se me hace un tarugo en la garganta, los ojos comienzan a sudarme (sí, así le digo cuando lloro) y las lágrimas echan a andar por donde más les plazcan. Cartas que escribí durante un buen tiempo, en mi niñez, en mi adolescencia y mi edad adulta, cartas que no eran más que las disculpas a aquello que reconocía no estuvo bien hacerlo. Cartas que también reflejaban mi oscuridad y mi vago intento de ser feliz, las cuales eran una señal de que necesitaba cierto afecto, atención o ayuda.


Hoy me digo a mí misma, qué grandioso hubiese sido haber descubierto y reconocido en ese tiempo la escritura como mi pasión desaforada, para haberle escrito más cartas, para haberle escrito lo que no podía decirle con palabras, porque si algo se me hace más fácil en esta vida es expresarme por medio de las letras, le hubiese llenado no solo la gaveta de su mesita de noche donde aún las tiene guardadas como uno de sus más preciados tesoros, sino que quizás hubiese acortado el tiempo para finalmente encontrarnos y ser verdaderas madre e hija. Pero el tiempo no se equivoca, el tiempo y Dios saben hacer muy bien las cosas, las causalidades son la razón por la cual llegamos a tomar consciencia para llegar a ser felices.


Ahora podemos hablar, podemos compartir, podemos comunicarnos de una manera tan única que las futuras cartas serán solo complemento de ese amor renacido y fortalecido que tenemos. Serán cartas de alegrías, de anécdotas, de chistes y hasta chismes, pues lo más importante con esta mujer, mi madre, ya se transmite con abrazos y cariños.


Gracias por darme vida y por darme lo mejor de ti cada día.


Te amo, mamá!


Registro de obra: 1806077331110


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